Timothy Leary con sus discípulos en Méjico. Fundador de una secta que cuenta con sus iniciados y aspirantes, sus sacerdotes y sus ritos, el profesor Leary, convertido en "Papa" de la misma, imparte a sus adeptos la revelación: "Drogaos los unos a los otros, y así conoceréis la verdad, la felicidad, el éxtasis". La LSD es una religión que se practica con los pies desnudos, y de rodillas.

Timothy Leary con sus discípulos en Méjico. Fundador de una secta que cuenta con sus iniciados y aspirantes, sus sacerdotes y sus ritos, el profesor Leary, convertido en «Papa» de la misma, imparte a sus adeptos la revelación: «Drogaos los unos a los otros, y así conoceréis la verdad, la felicidad, el éxtasis». La LSD es una religión que se practica con los pies desnudos, y de rodillas.

Viaje a la destrucción y el éxtasis

«Corred hacia las colinas», anunciaba el manifiesto de Timothy Leary, profesor de psicología de Harvard, «o preparaos a nadar con la corriente. La gran barrera de las palabras va a derrumbarse…» Convertido en apóstol de una auténtica revolución psíquica, basada en el LSD, el profesor Leary había acabado por fundar una verdadera secta religiosa en torno a la droga, una secta de la que formaban parte varios miles de estudiantes. «El juego va a cambiar, señoras y señores, el hombre va a poder utilizar la fabulosa red eléctrica de su cerebro…»

Aunque poco después, Timothy Leary, cuya peligrosidad resultaba evidente, era expulsado de Harvard, y más tarde condenado a treinta años de prisión (acusado de introducir marihuana en los Estados Unidos), el mal ya estaba hecho, y el principal culpable, el verdadero, el LSD, no había sido encarcelado. Al contrario, seguía haciendo estragos, cada vez en mayor escala, en los «campus» de estudiantes de California, en las residencias de Newton-center, Boston, y en los «coffee shop» de Greenwich Village. Este «viaje al corazón de uno mismo» era tentador, relativamente barato, y además, estaba de moda. Y llegó a producirse un gigantesco «acid-party» que reunía a seiscientos participantes.

Aunque la partida sea a menudo en compañía, la "excursión" y, sobre todo, el regreso, siempre es en solitario. Una sola toma de LSD puede destruir a una persona para siempre. Un "acid-party", a veces, es un billete de ida -sin retorno- al manicomio, la prisión o la tumba.

Aunque la partida sea a menudo en compañía, la «excursión» y, sobre todo, el regreso, siempre es en solitario. Una sola toma de LSD puede destruir a una persona para siempre. Un «acid-party», a veces, es un billete de ida -sin retorno- al manicomio, la prisión o la tumba.

La historia de este alucinógeno empieza el 16 de abril de 1943, en Basilea. Ese día, el doctor Hoffman, en su laboratorio, intentaba purificar por condensación dos ácidos isómeros, cuando se sintió mal y regresó a su domicilio. Una vez echado sobre la cama, se sumergió en un delirio más bien agradable. Con los ojos cerrados (pues la luz del día le parecía muy violenta) tenía visiones de una intensidad y un realismo extraordinarios. Manchas de colores giraban alrededor de él, como en un calidoscopio, y hacía rato que había dejado de sentir su cuerpo. El doctor Hoffman, intoxicado por casualidad, acababa de descubrir el LSD, es decir, el ácido lisérgico dietil-amida.

Un nuevo campo quedaba abierto para la investigación médica y psiquiátrica. En efecto, al poderse provocar voluntariamente perturbaciones mentales con dosis mínimas de sustancias químicas -y un solo gramo de LSD es suficiente para provocar más de diez mil «viajes»- iba a ser posible el estudio del funcionamiento del cerebro humano, sus anormalidades, y comprender mejor fenómenos como los de la memoria, la imaginación y la percepción. Múltiples experiencias se realizaron con animales y dieron resultados sorprendentes. Bajo los efectos de la LSD, los gatos huían ante los ratones, las carpas subían a la superficie y las arañas tejían telas geométricamente más perfectas.

Las experiencias voluntarias con seres humanos, registradas en magnetofón, contenían afirmaciones asombrosas: «Me he encontrado conmigo mismo», afirma uno, «y he descubierto que yo no era yo. Acaso debería decir que he descubierto lo que es realmente existir…» Y otro: «… tenía miedo y me sentía como un niño desnudo. El mundo se me aparecía tal como los niños deben de verlo: inmenso y bello…» Pero, también, las visiones terroríficas sacuden ese mundo fantasmagórico: «Detrás de mi hombro advertí vagamente una especie de animal alado, algo así como un pterodáctilo», cuenta otra cobaya humana. «Al ruido de sus alas, el rostro del psicólogo enverdeció pálidamente y adquirió la consistencia de una crema gruyère. Indistintamente, cejas y cabellos se separaban de la lívida piel. Fue la experiencia más terrorífica de mi vida…» Muchas personas han creído volverse locas, al iniciarse los efectos de la droga, o sentido las angustias de la muerte. Algunos han entrado en el mar como autómatas, afirmando sentir «el poder del océano». Otro, desde su «viaje» no cesa de aplastar sobre su piel insectos imaginarios. Recientemente, una joven inglesa, habiendo perdido la conciencia de las limitaciones de su cuerpo, creyó poder volar y saltó por la ventana, para estrellarse en el suelo.

¿No huele todo eso a brujería medieval, a ceremonia sabática? ¿Cuántas hogueras no se habrían encendido, de suceder todo eso en otros tiempos? Hoy, lo que se ha hecho ha sido condenar al LSD. Esto ha ocurrido el 13 de agosto, en Ginebra, en el antiguo palacio de la Sociedad de Naciones, y los jueces han sido diez delegados de la ONU.

Un comentario »

  1. Buffff…a mí esto me da mucho miedito 😦

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